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Se cumplen 35 años del final de Villa Epecuén

Fue uno de los principales centros de turismo de salud de la Argentina a principios del siglo XX y pudo haberlo sido más aun en el siglo XXI, pero una inundación detuvo los sueños y proyectos de quienes apostaban por ello. Adolfo Alsina y su gente es testigo de lo que alguna vez fue Villa Epecuén, uno de los principales lugares turísticos del Sudoeste Bonaerense elegido por las familias para vacacionar.

Todos los 10 de noviembre son una fecha triste para el distrito, y este no será la excepción, a 35 años después de que el agua se llevara todo, la memoria sigue intacta para quienes habitaron la Villa Epecuén y en el imaginario colectivo de los habitantes de Adolfo Alsina. Corría el año 1985 cuando el terraplén de contención que había entre el lago y la villa protegiendo al pueblo, no fue lo suficientemente fuerte para contener el agua del lago y la fuerza del agua durante una sudestada gestó la que finalmente sería una catástrofe.

Durante décadas, a Epecuén acudían miles de personas cada año para disfrutar de las condiciones excepcionales de la laguna y sus beneficios para la salud. Más de 25.000 visitantes al año en los meses del verano austral. Era un lugar de esparcimiento donde todo iba bien. Hasta que dejó de ir. De la noche a la mañana el pueblo empezó a inundarse y acabó hundido bajo las aguas del lago a la orilla del que fue construido. Sumergido por más de un cuarto de siglo volvió a emerger de las aguas y ahora descansan sus ruinas bajo la luz del sol.

El Lago Epecuén era famoso por su salinidad, hasta diez veces superior a la del mar. Tres líneas de ferrocarril dieron servicio durante décadas a la pequeña población, lo que permitía la llegada de gentes de todo el país.

Las propiedades del agua del Lago se hicieron populares entre las clases acomodadas porteñas y bonaerenses y se construyeron a la orilla del lago decenas de hotelitos y balnearios que llegaron a sumar hasta cinco mil plazas hoteleras estables, 250 establecimientos de distinta categoría, 25 mil turistas durante la temporada de verano y una población estable de 1200 personas.

Epecuén, último eslabón de la cadena de lagunas «Encadenadas del Oeste», recibe las aportaciones hídricas de todas las demás, además de un par de arroyos, lo que hacía que el nivel de sus aguas oscile mucho, y pueda aumentar peligrosamente. Para regular el volumen de agua en las lagunas se habían construído una serie de canales y comunicaciones que permitían almacenar el agua de los periodos ricos en lluvias durante los periodos secos y transferir agua de una parte a otra del sistema para evitar inundaciones. Pero a partir de 1976 dejaron de realizarse obras de mantenimiento y mejora, lo que supuso el crecimiento de la laguna Epecuén alrededor de medio metro cada año.

Una serie de diques para situaciones de emergencia fueron construidos para evitarlo, pero cuando en 1985 se sucedieron las lluvias torrenciales, todo fue insuficiente para salvar Villa Epecuén.

En un drama social no hay persona o grupo al que echarle la culpa; son todos aunque a veces está la sensación de que no es nadie. Pero es una suma de variables para que un terraplén se rompa y el agua avance. Había un Estado que, durante la dictadura, siguió beneficios personales, como la gente que compró campos inundados a muy bajo precio y presionó para construir el canal Ameghino para desagotarlos y que se revaluaran. Ya en el amanecer de la democracia hubo inacción, hasta se podría decir desidia o incapacidad.

El costo fue que los pueblos en una cuenca sin salida al mar recibieron demasiada agua y el que estaba más abajo, colapsó. Hubo una acción deliberada de perjudicar a terceros y fue Epecuén quien pagó las consecuencias.

El 10 de noviembre de 1985 la fuerza del agua fue tan potente que el muro que protegía al pueblo cedió y el lago creció de a un centímetro por hora. Luego de dos semanas esa pared que parecía de acero, cedió.

Los habitantes debieron ser evacuados y abandonar con mucha tristeza sus hogares y comercios. El Municipio de Adolfo Alsina dispondría por decreto que nadie debía quedar en la localidad. A muchos hubo que obligarlos a irse cuando el agua ya tenía una altura considerable.

En apenas dos semanas el pueblo estaba casi completamente inhabitable. Dos metros de agua habían convertido sus calles en canales y dejaban cada vez menos a la vista. El nivel del agua siguió aumentando lentamente hasta que en 1987 todo el pueblo estaba sumergido bajo cinco metros de agua y apenas sobresalían de la laguna la torre de la iglesia y algún que otro tejado. Hacia 1993 ya eran diez los metros de agua salina los que cubrían casi todo el pueblo.

Pero con los años llegó una época más seca y las aguas de la laguna comenzaron lentamente a descender. La retirada lenta pero incesante de la laguna descubrió poco a poco la devastada ciudad comidas por el salitre.

El agua regresó a su estado original, pero dejó a su paso los escombros y los recuerdos de lo que alguna vez fue una pequeña ciudad, con futuro y proyectos. Con el tiempo las sobrecogedoras ruinas se convirtieron de nuevo en destino turístico, pero en esta ocasión de exploradores urbanos y amantes de las ciudades fantasma.

La desaparición de la villa turística Epecuén bajo las aguas del lago homónimo es, indudablemente, uno de los hechos que quedará marcado a fuego en la memoria colectiva de Adolfo Alsina y de toda la región. Por ello, cada 10 de noviembre, se conmemora aquella tragedia.

(Diario de Rivera con información de «El agua mala» de Josefina Licitra/La Nueva e InfoBae)

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